Sentada con las
rodillas cruzadas sobre el sillón mirando fijamente la invisible lluvia
mientras daba pequeños sorbos a un amargo café.
Fuera la persistente
lluvia creaba chorros de agua que caían desde el tejado, como si fueran cascadas.
El viento azotaba los arboles liberando sus hojas. No había casi nadie en la
calle, apenas dos o tres paraguas. Los coches circulaban de manera lenta y
torpe.
Dejó el café en la
mesita que estaba al lado del sillón. Se toco el pelo lentamente, ese pelo
color castaño con algunos brillos negros que parecía invencible ante la
humedad. Se hizo una cola y se levanto. Llevaba una larga sudadera gris y unos
vaqueros, cogió un paraguas y salió por la puerta dejando que el agua le
invadiera.
Andaba de manera
lenta y apática, con la mirada perdida en algún punto que ella misma desconocía.
Camino sin rumbo
fijo durante unos veinte minutos, solo mirando el suelo y resguardándose con su
paraguas rojo. Llego a un parque solitario, se sentó en el columpio sin
importarle la lluvia y empezó a balancearse lentamente mirando al cielo y
dejando que la lluvia le calara.
Cerro los ojos y
dijo unas palabras que la lluvia se llevo con una sonrisa que le ocupaba toda
la cara… “Por mucho que cambie siempre seré aquella niña que deseaba
con viajar a tu hogar… nunca jamás…”
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